¿Te has preguntado alguna vez por qué envejecemos, enfermamos, y morimos? La respuesta parece lógica, pero no lo es tanto. Si bien los expertos proponen un gran número de posibles factores genéticos, fisiológicos, psicológicos y medioambientales, que pudieran explicarlo, hasta el momento no existe un consenso general en la comunidad científica acerca de la verdadera causa del envejecimiento, o cómo detenerlo. Y es que en nuestro cuerpo tiene lugar continuamente un maravilloso proceso llamado renovación celular, por el que nuestro organismo está constantemente reponiendo las células muertas, con nuevas células, recién formadas, y especializadas en las mismas funciones; una especie de milagro de la vida eterna, que nos permite recuperarnos una y otra vez de aquellas lesiones y enfermedades físicas que nos afligen a lo largo de la vida. Así que, la pregunta sería la siguiente: ¿Por qué y en qué momento exacto es que se pierde este perfecto equilibrio biológico de la inmortalidad? ¿Dónde es que falla esta increíblemente compleja, perfecta y exacta maquinaria de la vida?
Imagina cómo sería que nuestro cuerpo pudiera simplemente recuperarse a nivel celular de todo daño o desgaste que recibe, no sólo por un breve espacio de tiempo, sino de forma indeterminada (para siempre). No existirían las enfermedades, o bien serían totalmente irrelevantes. Nunca envejeceríamos. Nunca moriríamos. ¿Podría este ser el secreto de la vida eterna para los primeros humanos creados por Dios? ¿Qué dice la Biblia al respecto?
En el estudio bíblico de hoy, vamos a darle seguimiento al tema de las enfermedades, y específicamente hablaremos de la causa general de las enfermedades, desde una perspectiva espiritual y bíblica.
Bien, creo que hay mucho que aún no llegamos a descifrar con respecto a la pregunta de por qué enfermamos, envejecemos y morimos. Una de las teorías más populares que se manejan hoy en día, tiene que ver directamente con nuestro ADN, que es el responsable de la renovación celular, y aunque mi objetivo no es explicar cómo es que falla el ADN, es evidente que el ser humano, y todos los seres vivos con él, parecen tener una limitación funcional y también de tiempo, que se encuentra de antemano ligada a su información genética. La forma como las Sagradas Escrituras describen esta limitación es simplemente usando la palabra muerte.
Todos hemos escuchado la historia de cómo Dios puso un árbol en medio del huerto del Edén, y luego le dijo al primer hombre que si alguna vez comía de él, el resultado sería muerte (Génesis 2:17). Ellos desobedecieron, comieron del fruto de este árbol, y no murieron! Sin embargo, murieron, porque llevaron consecuencias espirituales, emocionales, y físicas que, tarde o temprano, llevan a la muerte. Bien, lo cierto es que este árbol, llamado del conocimiento del bien y del mal, no era el único árbol especial que Dios puso en medio del huerto. Leemos en Génesis 2:9, que también estaba allí el árbol de la vida, del cual el hombre podía comer libremente, al igual que de todos los demás árboles que Dios había creado. Este misterioso árbol se menciona una segunda vez en Génesis 3:22-24 (NTV), donde dice:
Luego el Señor Dios dijo: «Miren, los seres humanos se han vuelto como nosotros, con conocimiento del bien y del mal. ¿Y qué ocurrirá si toman el fruto del árbol de la vida y lo comen? ¡Entonces vivirán para siempre!»
Así que el Señor Dios los expulsó del jardín de Edén y envió a Adán a cultivar la tierra de la cual él había sido formado.
Después de expulsarlos, el Señor Dios puso querubines poderosos al oriente del jardín de Edén; y colocó una espada de fuego ardiente—que destellaba al moverse de un lado a otro—a fin de custodiar el camino hacia el árbol de la vida.
Wow! Hay mucha información en este pasaje sobre el árbol de la vida. En primer lugar, el árbol de la vida es la razón, o tal vez una de las razones, por las que Dios expulsó al hombre del huerto de Edén. El hombre caído, ya no podía comer del árbol de la vida, y la respuesta se encuentra en el v. 22, donde dice que el comer del árbol de la vida hacía que el hombre pudiera vivir para siempre!
Pareciera que Dios tentó a Adán, poniendo frente a él el árbol prohibido, pero si leemos detenidamente, lo que Dios realmente hizo fue darle al hombre la oportunidad de escoger entre la vida y la muerte, la bendición y la maldición, como dice Deuteronomio 30:19 (NVI):
Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días...
Esta es la misma disyuntiva que cada hombre y mujer experimenta en algún momento de su vida: ¿Voy a obedecer a Dios, reconociendo que él tiene toda autoridad sobre mí y sometiéndome a sus instrucciones para la vida; o voy a rebelarme en contra de esa autoridad y llevar las consecuencias, no sólo para mí, sino también para mis hijos? Cuando Adán fue seducido por Satanás para desobedecer a Dios, él hizo una terrible elección. Las consecuencias de esa elección afectaron su vida personal, la vida de sus descendientes, y también el destino del mundo que Dios le había confiado, pues Adán tenía la autoridad delegada por Dios, sobre todo ser viviente y sobre la tierra que Dios le había entregado como herencia. Ahora, todo está sujeto a maldición, no porque Dios maldijo al hombre, sino por la maldición pronunciada sobre la tierra (pues no encontramos en Génesis 3:17-19 que Dios haya maldecido directamente al hombre, sino a la serpiente, que es Satanás, y luego a la tierra, por causa del hombre):
Génesis 3:17-19
Dado que (...) comiste del fruto del árbol del que te ordené que no comieras,
la tierra es maldita por tu culpa.
Toda tu vida lucharás para poder vivir de ella (...) Con el sudor de tu frente obtendrás alimento para comer hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado.
Pues fuiste hecho del polvo, y al polvo volverás.
Es interesante que Dios no haya maldecido al hombre, sino a la tierra. Quizá esto se deba a que ya Dios había pronunciado bendición sobre la humanidad, y volvería a bendecirlo después del diluvio, pero hay algo que definitivamente afectaría la condición física de Adán: el acceso al árbol de la vida había sido denegado. Dios dijo: No es buena idea que el hombre pecador pueda vivir para siempre, pues si así fuera, quedaría eternamente bajo maldición. Ahora, yo pensaría que no se trata de comer una sola vez del árbol de la vida para volverse inmortal, sino más bien que este era un recurso divino al que Adán tenía libre acceso, y que tenía una cualidad curativa y regenerativa de su cuerpo físico. Claro que no puedo hablar como un experto en la materia, pero la Escritura vuelve a referirse a este árbol en el libro de Apocalipsis, donde se nos dice que este crece a ambos lados del río de la vida en la ciudad de Dios, donde produce doce cosechas al año, cuyo fruto comen los santos, y sus hojas sirven como medicina para las naciones (Apocalipsis 22:2 y 22:14). No es difícil entender el concepto de que existen plantas, semillas y árboles medicinales, pero este parece superar las propiedades curativas que encontramos en la naturaleza.
La consecuencia directa de que el hombre perdiera el acceso a este misterioso árbol de la vida es que, llegado el momento, su cuerpo volvería a la tierra: Pues fuiste hecho del polvo, y al polvo volverás. Todo lo que es polvo, al polvo regresa. Todo lo que de Dios proviene, en cambio (el aliento de vida que proviene de Dios) a Dios regresa, pero con respecto al cuerpo hay una limitación funcional y de tiempo, una especie de reloj biológico. Curiosamente, el cuerpo mortal está bajo maldición, a causa de la propia esencia de su sustancia, que es polvo (tierra), por eso la Biblia dice que en la resurrección de los muertos, nosotros recibiremos un cuerpo distinto al que ahora tenemos. Tal como Pablo aclara en su primera carta a los Corintios:
1 Corintios 15:15-51 (NBV)
Quizás algunos se pregunten: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán? (...) Hay diferentes tipos de cuerpos. Los hombres, las bestias, los peces y las aves son diferentes entre sí. Los ángeles del cielo tienen cuerpo diferente del nuestro, y la belleza y la gloria de ellos es diferente de la belleza y la gloria de los nuestros.
(...) De igual manera sucederá con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra, se echa a perder; lo que resucita, no se corromperá jamás. El cuerpo que sembremos, es despreciable; pero cuando resucite será glorioso. Ahora es débil, pero cuando resucite será fuerte. Al morir sembramos un cuerpo material, pero cuando resucite será espiritual. Así como hay cuerpos físicos, hay cuerpos espirituales.
(...) Entonces, primero tenemos cuerpo humano y después Dios nos da un cuerpo espiritual. Adán fue hecho del polvo de la tierra, pero Cristo descendió del cielo. (...) Al igual que ahora hemos llevado la imagen de Adán, un día nos pareceremos a Cristo.
Les digo, hermanos míos, que ningún cuerpo de carne y hueso podrá entrar en el reino de Dios. Este cuerpo corruptible no puede heredar lo que es incorruptible. Les voy a revelar ahora un secreto: No todos moriremos, pero todos seremos transformados...
La esencia de la resurrección no es que podremos recuperar nuestros cuerpos mortales, sino que recibiremos un cuerpo transformado. Este cuerpo ya no estará sujeto a maldición, ni será esencialmente polvo; será un cuerpo semejante al cuerpo con el que Cristo se levantó de la tumba: un cuerpo espiritual. Aunque parezca una contradicción que puedan existir los cuerpos espirituales, la Escritura menciona que los ángeles tienen uno, y nosotros recibiremos uno, aunque no a la manera de los ángeles, sino de Cristo mismo.
Esta es la esperanza que tenemos en Cristo, que toda la creación será liberada de la maldición del pecado, incluyendo nuestro cuerpo. Usted no será un espíritu, ni un alma que flota en el aire. Recibirá un cuerpo incorruptible y libre de la maldición de la muerte y la descomposición. Además, usted tendrá acceso al árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios (Apocalipsis 2:7), así que vivirá para siempre. Es difícil imaginar cómo exactamente será esto, pero es la razón por la que ya no habrá enfermedad en el pueblo de Dios. Veamos lo que dice Romanos 8:18-23 NTV:
(...) Lo que ahora sufrimos no es nada comparado con la gloria que él nos revelará más adelante. Pues toda la creación espera con anhelo el día futuro en que Dios revelará quiénes son verdaderamente sus hijos.
Contra su propia voluntad, toda la creación quedó sujeta a la maldición de Dios. Sin embargo, con gran esperanza, la creación espera el día en que será liberada de la muerte y la descomposición, y se unirá a la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que, hasta el día de hoy, toda la creación gime de angustia como si tuviera dolores de parto; y los creyentes también gemimos—aunque tenemos al Espíritu Santo en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura—porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y el sufrimiento.
Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos, incluido el nuevo cuerpo que nos prometió.
Bien, resumamos los que hemos dicho hasta aquí. Ahora tenemos un cuerpo corruptible sujeto a maldición, en el cual sufrimos enfermedades, dolores, envejecimiento, y muerte; pero Dios nos ha prometido un cuerpo espiritual que no está sujeto a ninguna de estas cosas, cuyo potencial aún desconocemos, pero que sigue el modelo de Cristo. ¿Significa esto que no deberíamos esperar recibir sanidad y alivio en nuestro cuerpo presente? No necesariamente. Significa que vamos a batallar con una naturaleza corruptible, e inclusive, vamos a experimentar la muerte física (a menos que Cristo venga), pero hay una clave en este pasaje que debería cambiar nuestra perspectiva en el presente, y es la presencia del Espíritu Santo en nuestros cuerpos mortales. La versión NTV le llama una muestra anticipada de la gloria futura; otras versiones traducen primicias ó primeros frutos, el anticipo de todo lo que Dios nos dará después.
La presencia del Espíritu nos permite vivir un adelanto, una probadita de lo que nos espera más adelante. El poder milagroso del Espíritu Santo está en operación ahora para dejarnos experimentar un poco de esa gloria en el presente, y para que sepamos que somos de Cristo, y recibiremos lo prometido.
El árbol de la vida representa la inmortalidad, pero también simboliza a Cristo mismo, como dice 1 Juan 5:20 (NTV): Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento, para que podamos conocer al Dios verdadero. Y ahora vivimos en comunión con el Dios verdadero porque vivimos en comunión con su Hijo, Jesucristo. Él es el único Dios verdadero y él es la vida eterna.
Dios quiere que cada uno de nosotros decida participar de esa vida eterna, pero esto sólamente es posible a través de una relación especial con su Hijo. El Apóstol Juan escribió que esta relación se establece cuando nos aferramos a Cristo: Si vivimos unidos al Hijo de Dios, tenemos vida eterna. Si no vivimos unidos al Hijo de Dios, no tenemos vida eterna (1 Juan 5:12 TLA). Para interpretar correctamente lo que implica tener al Hijo de Dios, podemos volver brevemente al relato del hombre en el huerto de Edén: Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días...
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