Levítico 23:4-8 NBLA
Estas son las fiestas señaladas por el Señor, santas convocaciones que ustedes proclamarán en las fechas señaladas para ellas: En el mes primero, el día catorce del mes, al anochecer, es la Pascua del Señor.
El día quince del mismo mes es la Fiesta de los Panes sin Levadura para el Señor; por siete días comerán pan sin levadura. En el primer día tendrán una santa convocación; no harán ningún trabajo servil. Y durante siete días presentarán al Señor una ofrenda encendida. El séptimo día es santa convocación; no harán ningún trabajo servil.
La Fiesta de los Panes sin Levadura marcaba el comienzo de la cosecha de la cebada en las tierras bíblicas. Se celebraba cada año inmediatamente después de la Pascua, comenzando el día 15 de Aviv/ Nisan, hasta el día 21 del mismo (Marzo-Abril). Por lo general, se piensa que ambas fiestas sagradas (Pascua y Panes sin Levadura) se combinaron en algún momento de la historia para conformar una sola celebración de 7 u 8 días, la primera de tres grandes peregrinaciones anuales de carácter obligatorio que cada varón adulto debía realizar hasta llegar a un único Santuario (Al principio, el Tabernáculo de Reunión, y más tarde al Templo de Jerusalén).
Durante los siete días que duraba este festival sagrado, los israelitas debían abstenerse de toda levadura, hasta el punto de sacarla por completo de sus casas. Los hombres principalmente debían reunirse en el Templo los días primero y séptimo de la fiesta, durante los cuales se prohibía la realización de cualquier trabajo servil (con excepción de las tareas urgentes o esenciales, como la preparación de los alimentos). Además de evitar la levadura y observar el reposo, ciertas ofrendas de vianda y ofrendas encendidas especiales tenían lugar diariamente en el Santuario, según las instrucciones que encontramos en Números 28:16-25.
Más allá de los detalles, la Fiesta de los Panes sin Levadura, así como el resto de los eventos y días señalados en el calendario hebreo, estaba repleta de significado y simbolismo profético. En el presente estudio abordaremos el primero de dos elementos simbólicos que resaltan en esta celebración: el pan y la levadura. Conocerlos te ayudará a interpretar correctamente las Escrituras, ya que podrás entender mejor con qué sentido se emplean una y otra vez a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamento. Sobre todo, descubrirás que Dios tiene algo que decirte a través de estos dos elementos.
#1 El símbolo del Pan
El pan era un elemento esencial en las tierras bíblicas. Tanto así que se convirtió en una metáfora frecuente para representar la vida y el sustento diario de una persona común (en ocasiones, la Escritura habla de pan en lugar de comida). Sólo la gente adinerada podía comer carne fuera de las ocasiones festivas; sin embargo, el pan era el alimento básico de toda familia. Aparte del pan común, la Escritura nos da al menos dos ejemplos de pan sagrado. El primero es el maná, y el segundo el llamado pan de la Presencia.
Cuando los israelitas tuvieron hambre en el desierto, el Señor les envió pan del cielo. Cada mañana (a excepción del día de reposo) durante 40 largos años, el pueblo de Dios recogió del suelo el alimento sobrenaturalmente provisto por Dios para un día completo. Se dice que su apariencia era como semilla de cilantro, pero blanco, y su sabor era dulce como el de las hojuelas con miel. Así que los israelitas le llamaron maná, que significa literalmente ¿Qué es esto? (Exodo 16:31).
Un detalle interesante sobre el maná es que sólo podía recogerse en la medida exacta para cada miembro de la familia, si algo quedaba hasta el día siguiente, el exceso se echaba a perder y no podía aprovecharse. Únicamente los viernes se recogían dos porciones, pues el maná no aparecía sobre el campo en la mañana del día sábado, pero la porción guardada del día anterior se conservaba sobrenaturalmente fresca, de modo que tuvieran lo suficiente. Otro detalle es que el maná sólo podía recogerse temprano en la mañana, pues con el calor del sol, el alimento se derretía y desaparecía del suelo.
1. El pan representa Provisión.
Como te imaginarás, el primer pan del cielo representaba la provisión divina. Jesús enseñó a sus discípulos a orar por provisión divina para cada día. El dijo: Ustedes, pues, oren de esta manera: (...) Danos hoy el pan nuestro de cada día (Mateo 6:9-11); sin embargo, él les advirtió que no debían afanarse por las necesidades básicas, como la comida o el vestido; antes su prioridad debería ser el avance del Reino de Dios: Por tanto, no se preocupen, diciendo:“¿Qué comeremos?”o“¿qué beberemos?”(...) porque su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas (Mateo 6:31-33).
Jesús dijo que cuando nuestra prioridad es el Reino, la prioridad de Dios somos nosotros! Entonces ¿Por qué orar por provisión? Tengo una frase colgada en la pared de mi cuarto que dice: Adora a Dios, de quien fluye toda bendición! Me gusta porque me ayuda a enfocarme en la dirección correcta. La primera parte de esta frase es más importante que la segunda, porque la primera es la causa y la segunda solo es la consecuencia. Dios sabe lo que necesito antes de que pueda abrir la boca para pedirlo, pero he descubierto que su prioridad soy yo: mi carácter, mi enfoque, y mis motivaciones.
La Escritura cuenta que después de ser bautizado por Juan, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches. Al cabo de este tiempo, Jesús tuvo hambre (claro está) y fue entonces cuando por primera vez escuchó la voz del Tentador (Satanás) que le susurraba: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan (Mateo 4:3). Es interesante que la primera tentación del Señor estuviera directamente relacionada con la comida, verdad? Satanás sabía que al igual que nosotros, Jesús se encontraba temporalmente confinado a un cuerpo físico, y podía sentir las mismas aflicciones y debilidades que cualquier otro ser humano.
Satanás conocía las Escrituras que cuentan la historia de Esaú, el hermano mayor que aceptó cederle sus derechos a Jacob, el hermano menor, en un momento de humana debilidad. La Biblia dice que Jehová lo aborreció, porque menospreció la bendición de hijo mayor, y la vendió por un solo plato de lentejas (Génesis 25:34). También sabía sobre los israelitas, de cómo murmuraron contra el Señor y contra Moisés a causa del hambre y la sed en el desierto, y dijeron: ¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Porque allá nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos hasta llenarnos, pero ustedes nos han traído al desierto para matarnos de hambre (Éxodo 16:3).
Quizá usted también se haya preguntado, como yo ¿por qué Jesús no aceptó convertir las piedras en pan? Al final, no pareciera una mala idea; sin embargo, el texto original indica que Jesús no estaba en ayunas solamente, él estaba ayunando! Es decir, no es que no hubiera comida en el desierto (él podía volver a su casa y comer) pero su objetivo era abstenerse temporalmente del alimento físico para priorizar el alimento espiritual! Jesús estaba ejercitando el dominio propio, a fin de escuchar mejor al Padre y enfocarse en la tarea que tenía por delante. No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4:4).
2. El pan representa la Palabra (rhema) del Padre.
A diferencia de Esaú y del pueblo de Israel en el desierto, Jesús renunció al pan físico para buscar el pan espiritual, que representa la Palabra rhema del Padre. La raíz del término rhema se relaciona con el concepto de fluir, por lo que pudiéramos decir que rhema es el maná espiritual que Dios dá a quienes entran en una relación íntima con él, el alimento espiritual fresco que sale de la boca de Dios para traer orden y sentido de propósito a nuestras vidas.
Rhema no se trata de la suma de todo el conocimiento bíblico/teológico que ha logrado alcanzar durante todo este tiempo; la palabra rhema es como el pan caliente, recién sacado del horno (como el maná mismo). Usted lo consigue fresco cada día. Es una conexión dinámica con las Sagradas Escrituras, una que sólo se alcanza por la interverción sobrenatural del Espíritu Santo sobre la vida del lector. Ninguna persona que no entra a la presencia de Dios puede recibir la palabra rhema del Padre, porque esta es como la porción de maná que se guardó dentro del Arca del Pacto, en el Lugar Santísimo (Véase Exodo 16:32-33 y Hebreos 9:4).
3. El pan simboliza la Comunión.
En las tierras bíblicas, el partir el pan con alguien era una señal de amistad, hospitalidad y deferencia (respeto). El compartir el pan juntos creaba un vínculo social importante entre dos o más personas. De la misma forma, el traicionar a alguien con quien se había compartido el pan en señal de compañerismo y respeto, se consideraba un acto de ingratitud y una ofensa mayor, como sucedió con Judas Iscariote (Salmo 41:9). Jesús partió el pan con sus discípulos, aún después de resucitar, para mostrarles su amistad, y nos ha invitado a nosotros a participar de esa relación a través del Espíritu Santo (Lucas 24:30-35).
Jesús dirigió estas palabras a sus seguidores: Ustedes son Mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre (Juan 15:14-15). La diferencia entre un esclavo y un amigo es la comunión. El esclavo obedece en ignorancia, pero el amigo tiene revelación del Padre.
Ley Mosaica hablaba de un segundo tipo de pan sagrado: el Pan de la Presencia ó Pan de la Proposición. Este pan era preparado y horneado por los sacerdotes y colocado sobre una mesa de oro dentro del Lugar Santo, en la misma Presencia de Dios. Cada sábado (día de reposo) el sacerdote retiraba el pan de la semana anterior y lo reemplazaba con dos hileras de pan fresco, doce hogazas de pan caliente, seis y seis, representando así la comunión de las doce tribus de Israel delante de Jehová, el único Dios verdadero.
Los panes recién retirados del Lugar Santo se consideraban sagrados, y podían comerse, pero sólamente los sacerdotes podían participar de ellos. Aunque cada hogaza de pan representaba una tribu diferente, ningún israelita común podía acceder a esta comunión, sino a través de la tribu de Leví; sin embargo, la Escritura cuenta acerca de una ocasión en la que el joven David comió de los panes sagrados, mientras huía de Saúl. El sacerdote Ahimelec (padre de Abiatar), al verlo cansado y hambriento, consintió en entregarle los panes que había retirado de la Presencia de Jehová, pues no tenía pan común que pudiera ofrecerle.
¿Cómo pudo David participar del pan sagrado, sin sufrir las consecuencias de la fulminante ira de Dios que a otros había matado en el acto? Quizá esto nos habla de la disposición de su corazón y de la íntima relación que tenía con el Espíritu de Dios. En otras palabras, la Presencia de Dios podía fulminar a cualquiera que no estuviera santificado para entrar en ella, pero no a David, porque él ya cargaba esa Presencia! Él no necesitaba comer pan sagrado para experimentar a Dios, porque caminaba diariamente en una relación especial con la persona del Espíritu Santo! El Salmo 51:11 dice que David oró las siguientes palabras: No me eches de Tu presencia, y no quites de mí Tu Santo Espíritu. Sólamente alguien que es consciente de la presencia de Dios en su vida, puede hacer una oración así!
Estimado lector/ oyente, ¿Vive usted en la presencia de Dios todo el tiempo? ¿Carga usted Su presencia? En este momento recuerdo nuestra visita a la ciudad de Jerusalén unos años atrás. Impresiona ver cuántos fieles peregrinos de distintas religiones viajan desde distantes regiones del mundo para llevar su devoción a algunos de los sitios sagrados más antiguos y transitados de la historia. A pesar de que la mayoría de estos sitios son apenas memoriales y meras reconstrucciones de los sitios originales, enterrados bajo el actual nivel del suelo, en todos ellos se respira un ambiente profundamente solemne y cargado de emociones. Por todas partes la gente besa imágenes, prende velas, abraza piedras, toca objetos sagrados, promete cosas, y cumple toda clase de votos personales esperando recibir algún milagro para ellos o sus familiares. No voy a mentirle. Me encantó estar allí. Me sentí privilegiada de poder conocer las tierras bíblicas, de familiarizarme con la cultura y los lugares donde tuvieron lugar los hechos, pero a diferencia de aquellas personas devotas, no encontré a Jesús en ninguno de ellos.
En diferentes ocasiones, el Espíritu Santo me trasladaba mentalmente a la época de Jesús y de los primeros apóstoles. Todo luciría tan radicalmente distinto entonces! Para empezar, era evidente que Jesús ya no estaba ahí porque la gente natural del país se notaba especialmente distraída, triste ó indiferente. Nadie hablaba de señales, de milagros, ni prodigios. Los cojos seguían cojos, los paralíticos seguían paralíticos, los sordos sordos, los mudos mudos, los muertos muertos. No había pedros ofreciendo discursos multitudinarios en las plazas, ni pablos predicando el Evangelio en los mercados públicos. No ví arrepentimiento, ni demonios huyendo de los cuerpos, ni bautismos masivos, ni derramamientos del Espíritu, ni lenguas en las calles de Jerusalén. La gente va de un lugar a otro sin mayor novedad, oprimida bajo el peso de las circunstancias, las normas sociales, y los conflictos étnicos. Era evidente que el Hijo de Dios ya no estaba allí! Tampoco el Espíritu Santo parecía estar presente, pero él estaba conmigo en mi experienca diaria al otro lado del mundo.
Recuerdo cuando nos dijeron que podíamos llevar peticiones escritas para dejarlas incrustadas entre las históricas piedras del Muro de los Lamentos. Pasé días buscando la inspiración para escribir algo digno de la ocasión pero, francamente, no encontré nada. Para mí la idea de las peticiones en el muro no tenía sentido alguno. ¿Para qué inscrustar mi petición por unos pocos días en una rendija del muro, si podía presentársela directamente al Creador y Sustentador del Universo? El muro en sí me causó gran impacto, pero no porque pensara que Dios estaba allí más que en cualquier otra parte.
Le cuento mi vivencia para demostrar que ninguna cantidad de elementos, objetos, y lugares sagrados puede compararse con la realidad de una experiencia personal diaria con el Espíritu Santo! El propósito de Dios no es el de habitar en un edificio sagrado, o manifestarse a través de una imágen u objeto; su objetivo es llenarle a usted de Su Presencia y que usted sea el medio de Su manifestación por el Espíritu Santo!
4. El pan simboliza a Jesús, el Pan de Vida.
En el Antiguo Testamento sólo los sacerdotes podían participar del pan sagrado de la Presencia de Dios, pero en el Nuevo Testamento todo aquel que quiera puede sentarse a la mesa de Dios y participar del Cuerpo de Cristo!
El evangelio de Lucas, 22:19, nos cuenta que durante su última cena, Jesús tomó un poco de pan y dio gracias a Dios por él. Luego lo partió en trozos, lo dio a sus discípulos y dijo: Esto es mi cuerpo, el cual es entregado por ustedes (NTV) Jesús dijo de sí mismo:
Juan 6:35, 49-50
Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca volverá a tener hambre; el que cree en mí no tendrá sed jamás (...) Sus antepasados comieron maná en el desierto, pero todos murieron, sin embargo, el que coma el pan del cielo nunca morirá.
Aunque el maná no era del todo común y corriente, su función era meramente natural y fisiológica. En contraste, Jesús dijo de sí mismo que él era el verdadero Pan del Cielo, la provisión sobrenatural de Dios para la necesidad espiritual del ser humano. Un alimento que satisface más allá de la esfera natural, y el único pan que da vida eterna a quienes comen de él.
No sólo es Jesús la Palabra (el Verbo) de Dios hecha carne, él es nuestra provisión, y también nuestra comunión! Cuando participamos de Cristo, nos identificamos con él en todo, pero si usted me preguntara ¿Cómo saber si soy parte del Cuerpo de Cristo? Le respondería que la única certeza que alguien puede tener de que forma parte del cuerpo de Cristo se trata del testimonio personal del Espíritu de Dios morando en usted.
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