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Una Perspectiva Bíblica de la Enfermedad

En una ocasión, Jesús dijo:

No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina (...) Porque todo lo que entra en la boca va al estómago y luego se elimina, pero lo que sale de la boca proviene del corazón.

Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre (Mateo 15:10-20).


Bien, la Escritura dice que los fariseos, al escuchar estas palabras del Señor, se escandalizaban, pues ellos habían sido educados para seguir estrictas normas de higiene y tenían altos estándares de pureza ritual, pero cabe preguntarnos ¿A qué se refería Jesús cuando hablaba de contaminación de adentro hacia afuera? Ciertamente, su intención no era restar importancia a las normas más comunes de higiene que normalmente seguimos, como el lavado de manos. Su objetivo era más bien, resaltar la importancia de cuidar nuestras palabras y la pureza de nuestros pensamientos, pues en la cosmovisión hebrea del mundo, el corazón representa no sólo el centro de nuestras emociones, sentimientos, pasiones y deseos, sino también el asiento de nuestros pensamientos, el razonamiento y la voluntad. (El corazón, en un sentido figurado, abarca todo lo que no es estrictamente exterior y físico. Es decir, la esencia interior del hombre, incluyendo la consciencia, la memoria, y el intelecto).


Pensemos por un momento en lo que transmiten estos versículos. Jesús dijo que podemos contaminarnos con las palabras que salen de nuestra boca, pues ellas reflejan la condición de nuestro corazón! Algunos dirán que Jesús se refiere aquí a contaminación en el sentido espiritual, después de todo, el pecado contamina el alma, pero la verdad es que esta explicación no parece coherente en el contexto en que se da, ni tiene demasiada lógica.


Para empezar, si leemos a partir del verso 1, encontramos que Jesús estaba respondiendo a la pregunta de los escribas y fariseos: ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de lavarse las manos antes de comer? Por lo que la respuesta de Jesús probablemente debería interpretarse en el contexto físico y ceremonial. Por otra parte, tomando su argumento sobre la maldad que sale del corazón, si los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias ya están dentro, en lo más profundo de nuestro ser ¿Qué contaminación espiritual pudiera ser peor que eso? Sin embargo, todo el pasaje cobra sentido cuando interpretamos que Jesús no estaba hablando de una contaminación espiritual, sino física.


Puesto de otra manera, el pecado que sale de su corazón puede contaminar su cuerpo! Esta contaminación es natural, y tiene lugar todo el tiempo a través del vínculo de las palabras.

Esta es la misma idea que encontramos en otras partes en el AT, especialmente en los Proverbios, donde leemos cosas como: Del fruto de la boca del hombre se llenará su vientre; se saciará del producto de sus labios (Proverbios 12:14 y 18:20). Imagine que sus palabras pudieran, literalmente, convertirse en comida ¿Cómo cree que luciría su cena de hoy? ¿Se atrevería a comérsela? ¿Cuál es la probabilidad de que sus palabras se conviertan en un delicioso manjar? Estoy convencida de que algunos a lo menos sufriríamos una severa indigestión, otros probablemente se intoxicarían, y quizá hasta terminarían en la sala de urgencias.


Aunque este es sólo una especie de ejercicio gracioso, la verdad es que refleja un principio bíblico: Nuestra condición espiritual influye directamente en nuestro cuerpo! No todas las enfermedades y padecimientos que nos afligen tienen una causa espiritual o emocional, algunas son simplemente resultado del medio ambiente en que nos desarrollamos, o del proceso natural del envejecimiento, pero si pudiéramos realmente llegar al fondo del asunto, encontraríamos que la mayoría de nuestras enfermedades y padecimientos tienen una raíz espiritual, especialmente aquellas que no tienen cura, o cuya causa natural se desconoce.


Si aceptamos el hecho de que somos seres conformados de espíritu, alma y cuerpo, entonces es lógico pensar que cada parte de nosotros está inevitablemente conectada a las demás. Por ejemplo, nuestro estado físico influye en nuestro estado de ánimo, pero también a la inversa, nuestro estado de ánimo tiene la capacidad de impactar objetivamente el funcionamiento de nuestro cuerpo físico. Me gusta la traducción PDT de Proverbios 18:14, que dice: El ánimo ayuda a sanar al enfermo, pero ¿qué esperanza tiene el que pierde el ánimo? Si alguien pierde totalmente la motivación para seguir viviendo, su cuerpo encontrará la forma de enfermarse.


Cuando pensamos en la enfermedad como un fenómeno exclusivamente físico, estamos obviando dos factores importantes: el factor psicológico o almático (del alma), y el factor espiritual. Lo más común en el mundo moderno es que lleguemos a relacionar el factor emocional, pero perdamos de vista el factor espiritual. Aunque la enfermedad es a menudo un fenómeno complejo, ayuda entender que hay algunos lineamientos y principios bíblicos que pueden ayudarnos a descifrar y superar muchas enfermedades.


Un primer principio bíblico sobre las enfermedades es que ellas están siempre directa o indirectamente relacionadas al pecado. Esto significa que todos somos vulnerables a la enfermedad mientras estamos en este cuerpo mortal, pero también significa que Dios no desea (no es Su voluntad) que estemos enfermos. La Biblia llama a la enfermedad aflicción (Job 42:10), cautividad (Lucas 13:12) y opresión (Hechos 10:38); ninguna de estas tres cosas proviene de Dios, quien es nuestro Libertador. De hecho, uno de los nombres de Dios es Jehová Rafa (Rapha), que significa el que sana y restaura.


Desgraciadamente tenemos muchas organizaciones religiosas que ven la enfermedad como una especie de penitencia divina; esta opinión va en contra de la enseñanza bíblica, que claramente define la sanidad física como un aspecto inseparable de la salvación. La pregunta no debería ser: ¿Quiere Dios que yo sea sano? Sino más bien: ¿Qué obstáculos hay en mi vida que impiden que sea sano ahora? Y cuando hablo de obstáculos, no me refiero sólo a la falta de fe, como algunos aseguran; ya hemos dicho que las enfermedades pueden ser de naturaleza compleja, donde participan diferentes factores físicos, emocionales y espirituales. En última instancia, usted es el heredero de una salvación completa en Cristo Jesús, y sus enfermedades no podrán afligirlo más allá de esta vida; sin embargo, Dios le ha dado su Palabra y la guía del Espíritu Santo para que pueda comenzar a disfrutar de esa herencia liberadora cuanto antes.


¿Se interesa Dios por nuestra salud física? La respuesta a esta pregunta se hace evidente cuando analizamos la vida de Jesús, quien invirtió la mayor parte de su ministerio atendiendo a las necesidades físicas y espirituales de la gente. Además, la Escritura afirma que Jesús no hizo todos estos milagros y prodigios en su propio poder y autoridad, sino bajo la unción y en el poder del Espíritu Santo (Lucas 4:18). ¿Sanaba Jesús a todos los enfermos, todo el tiempo, en todo lugar? Varios pasajes de los evangelios parecen sugerir que el Señor sanaba a todos los que llegaban para escucharle hablar, muchos de los cuales apenas lograban tocar el borde de su manto, a causa de la gran multitud que le seguía (Mateo 14:36). No hay duda de que debió ser extenuante, por lo que me atrevería a decir (lo que también vemos en los evangelios) que el Maestro tuvo que organizarse y emplear ciertas estrategias prácticas (como la de cruzar al otro lado del mar de Galilea, o enseñar desde una barca) para lograr separarse temporalmente de la gente y mantener el balance entre su ministerio público y su vida de oración, e inclusive, para sacar tiempo a solas con sus discípulos (Lucas 5:15-16).


En lugar de pensar en Jesús como un sanador compulsivo, al más puro estilo genio de la lámpara, deberíamos pensar en él como alguien que se dejaba guiar por el Espíritu Santo acerca de cómo, cuándo y dónde ministrar sanidad. Por ejemplo, en el evangelio de Lucas 5:17 se nos dice que un día que Él estaba enseñando, estaban allí sentados algunos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea y Judea, y de Jerusalén; y el poder del Señor estaba con Él para sanar (NBLA), al mismo tiempo leemos en Marcos 6:16 que cuando Jesús vino a Nazaret, el pueblo donde se había criado, debido a la incredulidad de ellos, no pudo hacer ningún milagro allí (NTV) excepto por unos pocos enfermos a quienes sanó.

Estos dos pasajes de la Escritura indican que Jesús no iba sanando de manera automática a todos los que encontraba, él operaba a través de una estrecha conexión con el Espíritu Santo, a medida que recibía discernimiento espiritual y palabra de ciencia (véase los dones espirituales) para lidiar con cada caso particular. Es por esta razón que en una ocasión él perdona los pecados de un paralítico, y en otra, echa fuera el demonio de un lunático. Jesús se encontraba temporalmente limitado por su naturaleza humana, pero al mismo tiempo permanecía sobrenaturalmente dotado con la visión, el discernimiento, el poder, y la sabiduría del Espíritu Santo para enseñar y hacer señales milagrosas.


Una de las cosas más espectaculares y sorprendentes de tener al Espíritu Santo en nuestros corazones, es que el Espíritu Santo es la mente de Cristo (1 Corintios 2:16), y través de él tenemos acceso a los pensamientos de Dios (1 Corintios 2:10-11). Así que una persona que se encuentra en una relación íntima con el Espíritu Santo comenzará a percibir en su interior, cuál es el corazón y el deseo de Dios para él/ ella y para los demás. Idealmente, una vez ejercitado, usted podrá mirar a alguien y discernir qué es lo que anda mal con esa persona, y cuál es la intención del Espíritu al respecto.


Esta es una de las muchas habilidades sobrenaturales que el Espíritu Santo imparte a los creyentes, y que puede ser muy útil a la hora de ministrar sanidad, dentro y fuera de la congregación local. Debo decir que he sido testigo de varias personas que están operando a este nivel en la actualidad, y es una de las cosas que más me atraen en materia de dones espirituales. Puede que usted lo vea como algo demasiado remoto y poco común, pero el don de ciencia es real, y se encuentra disponible para todo creyente, nacido de nuevo, que al decir del Apóstol Pablo, esté dispuesto a desear ardientemente los mejores dones para edificación de Su iglesia (1 Corintios 12:31).


Y bien, ya sea que usted haya llegado a este nivel de intimidad con el Espíritu Santo, o que esté apenas aprendiendo a caminar con él, y oír su voz, hay muchísima información en la Palabra revelada de Dios con respecto al tema de las enfermedades, y este debe ser siempre nuestro punto de partida. ¿Recuerda cuando hablábamos de contaminación al inicio de este estudio? En los próximos episodios, delinearemos más detalladamente cinco de las causas espirituales más comunes de las enfermedades.

  1. Pecado personal

  2. Maldiciones generacionales

  3. Mal uso de la lengua

  4. Falta de perdón

  5. Actividad demoníaca

La enfermedad es una consecuencia de la iniquidad. Este es un principio básico que encontramos una y otra vez en la Escritura; sin embargo, de la misma forma que el pecado trae consigo enfermedad y muerte, el perdón produce sanidad, restauración, y vida. Dicho de una manera sencilla: La sanidad es parte de la salvación, y es así como deberíamos verla. Es importante tener una perspectiva bíblicamente correcta de la enfermedad, pues de otra manera nunca estaremos listos para recibir sanidad divina en nuestros cuerpos.


Alguien dijo: Si no puedo creer que Dios puede y quiere sanar mi cuerpo, ¿Cómo podría confiarle mi alma? Si bien nuestro entendimiento de la enfermedad pudiera no ser perfecto al momento presente, la última cosa que deberíamos perder de vista es el verdadero carácter de Dios, nuestro Sanador y Restaurador, como declara David en el Salmo 103:3, Él es quien perdona todas mis maldades, quien sana todas mis enfermedades...




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