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La Justicia de Dios y las Maldiciones Generacionales / Llaves para la Sanidad (Parte 2)

Deuteronomio 32:39

Vean ahora que Yo, Yo soy el Señor, Y fuera de Mí no hay dios. Yo hago morir y hago vivir. Yo hiero y Yo sano, Y no hay quien pueda librar de Mi mano.


¿Es Dios la causa de todos nuestros males? Si Dios es bueno, ¿por qué hay tanta muerte, dolor y sufrimiento en este mundo? La respuesta a esta pregunta tiene dos partes: la primera es a causa del pecado, la segunda se relaciona con la justicia de Dios.


Hace algún tiempo, el Espíritu Santo llamó mi atención sobre el Salmo 89:14. Siempre había escuchado que Dios era justo y misericordioso a la vez, pero ningún pasaje de la Escritura lo describe tan claramente como este. En el momento en que lo leí, una poderosa imagen cruzó mi mente: Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro. Entonces pensé: Es imposible que Dios pueda pasar por alto cualquier acto de injusticia, porque El está sentado, literalmente, sobre un trono de justicia.

La justicia de Dios ha sido, es y será siempre firme! Si pudiera ver el trono de Dios ahora mismo, entendería que está fundado sobre dos enormes columnas: una de ellas se llama Justicia, y la otra Juicio. ¿Cuán firme cree usted que pueda ser el trono de Dios? Tan cierto como que Su Reino es inconmovible por los siglos de los siglos, así debería ser nuestra convicción acerca de Su justicia! Lo repetiré: Es imposible que Dios falte a su justicia, porque la justicia es el cimiento de Su trono!


Desgraciadamente, tenemos una cierta idea de cómo funciona la justicia humana, pero no comprendemos bien la justicia de Dios. Cuando un tribunal humano dicta sentencia sobre una persona aparentemente culpable, por lo general aceptamos su decisión y pensamos que esa persona obtuvo lo que merecía de acuerdo con la justicia; sin embargo, aún los jueces y magistrados, conocedores de la ley, comprenden que la justicia humana es relativa, el sistema legal tienen serias limitaciones, al igual que cualquier procedimiento legal establecido para enjuiciar al culpable. Atribuimos la justicia y el derecho de aplicarla, a personas que no son realmente justas para empezar, personas sujetas a intereses, altibajos emociones, prejuicios de todo tipo, error y fluctuaciones, tanto o más que nosotros mismos. Aún sí, la mayoría del tiempo, confiamos en su criterio de la justicia, pero no confiamos en el criterio de Dios.


Permítame decirle que el sistema legal de Dios no tiene limitaciones! El es santo, Su carácter es inmutable, Su conocimiento es total, Su Ley es perfecta, Sus procedimientos son irreprensibles, y Su justicia es absoluta! La Escritura dice que Dios da a cada uno lo que merece: Yo, el Señor, escudriño el corazón, pruebo los pensamientos, para dar a cada uno según sus caminos, según el fruto de sus obras (Jeremías 17:10). Lo más sobresaliente de la justicia divina es que Dios no juzga las apariencias, ni tiene en cuenta el consejo humano; El examina la intención del corazón del hombre, y conoce lo más oculto de sus pensamientos, porque como dice también Proverbios 23:7, Como piensa el hombre dentro de sí, así es él! El Señor conoce la intimidad de sus pensamientos y lo oculto de sus intenciones! ¿Se siente usted reconfortado al saber esto? Si es así, quizá sea porque no ha comprendido todo lo que esto implica. Proverbios 16:2 dice: La gente puede considerarse pura según su propia opinión, pero el Señor juzga los motivos.


Sabemos que Dios juzgará al mundo entero en el gran Día de Su ira, como dice la Escritura: Porque grande es el día de Jehová, y muy terrible;¿quién podrá soportarlo? (Joel 2:11). A propósito, le aseguro que si no fuera por Cristo, ni usted ni yo sobreviviríamos a ese día. Nuestras buenas intenciones se quemarían como un puñado de paja en un incendio forestal. Sin embargo, ignoramos que El está sentado en Su trono de juicio ahora mismo. El salmista dice: Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres. Jehová prueba al justo;

Pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece (...) Porque Jehová es justo, y ama la justicia. El hombre recto mirará su rostro (Salmo 11:4-5 y 7). ¿Puede interpretar correctamente estos versos? El juicio de Dios provoca que los justos sean probados, pero los malvados serán destruidos!


¿Sabía usted que Dios juzga aún a los justos, es decir, a los que le aman y guardan sus mandamientos? Dijo el Predicador: Yo dije en mi corazón: Al justo como al impío juzgará Dios (Eclesiastés 3:17). Ahora bien, el propósito de este juicio para los que somos hijos de Dios no es destrucción y muerte, sino purificación y perfección, como dice la epístola de Santiago: Sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tiene su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte (Santiago 1:3-4). ¿Qué dijo el justo Job? Mas él conoce mi camino; Me probará, y saldré como oro (Job 23:10). ¿Y qué escribió el Apóstol Pedro? Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? (1 Pedro 4:17).


Recuerde este principio, el juicio de Dios produce prueba en los justos, pero en los impíos destrucción y muerte. Pablo escribe en su carta a los romanos: Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad (Romanos 1:18). Estimado hermano/a, no deberíamos ignorar que la ira de Dios está en operación ahora mismo sobre los hijos de desobediencia, es decir, cualquiera que vive en pecado. A causa de la ira de Dios, hay una retribución (o pago) natural que acompaña al pecado, pero si nosotros logramos comprender cómo y bajo qué principios opera la justicia de Dios, entonces podremos interpretar mejor el mundo que nos rodea, incluyendo nuestra experiencia personal. Estas leyes y principios espirituales son tan reales que aún el mundo de las tinieblas (el reino de Satanás) se rige por ellas.


En el capítulo 9 del evangelio de Juan, leemos que Jesús y sus discípulos pasaron junto a un hombre ciego de nacimiento, entonces los discípulos hicieron una pregunta: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego? Y Jesús respondió: Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él (9:2-3). ¿Por qué crees que los discípulos hicieron esta pregunta? Ellos conocían la Ley y especialmente los Diez Mandamientos donde dice:


Exodo 20:2-6

No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás.

Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan Mis mandamientos.


Esta revelación de la justicia divina es la misma que recibió Moisés al subir por segunda vez al monte Sinaí con las tablas de piedra en su mano. El Señor descendió en la nube de su gloria e hizo la siguiente proclamación delante de él:


Exodo 34:6-7

El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación.


Los discípulos entendían que Dios, en su justicia, no tiene por inocente al culpable. Ellos creían que el Señor derramaba Su ira sobre los culpables, y no sólo sobre ellos, sino también sobre su descendencia hasta la cuarta generación. Así que en sus mentes, debería haber una raíz de pecado en la familia de aquel hombre ciego. Claro que Jesús negó que este fuera el caso; sin embargo, Jesús nunca negó la validez de este principio, que llamaremos el principio de la iniquidad.


Bien, para comprender cómo funciona el principio de la iniquidad, comencemos definiendo los términos transgresión e iniquidad. El diccionario bíblico define iniquidad como la cualidad de algo que no se amolda a las normas de excelencia moral de Dios, y por lo tanto se torna inservible. La palabra original hebrea resalta la idea de algo perverso o depravado. En el NT se habla de iniquidad como injusticia, es decir, lo opuesto a una conducta recta. A su vez, la palabra transgresión significa pecado, la cualidad de rebelarse contra la ley de Dios. Dicho de otra manera, la perversión de cualquier norma moral divinamente establecida, es iniquidad y transgresión.


En la mentalidad bíblica, cuando alguien toma el perfecto diseño de Dios y lo tuerce o pervierte, de manera que pierde el fin o propósito original con que fue creado, esta persona comete iniquidad. La carta de Pablo a los Romanos, en sus primeros capítulos, menciona la adoración de imágenes humanas o de animales como una perversión de la adoración a Dios, y también habla del sexo contra-naturaleza como una perversión del diseño divino para el hombre y la mujer. En realidad, existen muchos ejemplos de lo que es iniquidad, pero el común denominador de todos ellos es que traen como consecuencia el juicio inmediato de Dios, no sólo sobre quienes la practican, sino también sobre las generaciones siguientes. En Deuteronomio 28:15-38 encontramos una lista de aquellas maldiciones sobre las cuales Dios advirtió al pueblo de Israel diciendo: Si no oyes la voz del Señor tu Dios ni procuras cumplir todos los mandamientos y estatutos, vendrán sobre ti, y te alcanzarán (v. 15).


Seguramente, usted ha escuchado hablar de las maldiciones generacionales. Estas son maldiciones que tienen un componente genético, por decirlo de alguna forma; literalmente, son maldiciones que pasan de generación a generación, hasta que alguien rompe con esta terrible cadena de males. Hace unos días veía la forma en que un profeta ministraba en una iglesia local y el Señor llamó mi atención acerca de la conexión que establecía entre los diferentes miembros de cada familia. Este profeta hablaba con gran autoridad, revelando secretos del corazón de muchos hermanos, pero siempre lo hacía en el contexto de la familia, y especialmente, de la relación entre padres e hijos. Toda la palabra de ciencia que este hombre recibía parecía identificar a algunos miembros a través de los otros. Cuando Dios nos vé, él nos vé como el producto de una línea familiar, que a su vez se extiende hacia las nuevas generaciones. De dónde venimos y hacia dónde vamos es importante para él, cuánto más lo es para nosotros!


Cuando Dios se reveló a Moisés en la zarza ardiente, él se dió a conocer como el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob. Su pacto era un pacto generacional, y también lo eran las bendiciones del pacto; pero ¿Qué sucede cuando nuestros padres, o bien las generaciones pasadas, fueron rebeldes al Señor y no guardaron sus mandamientos? ¿Qué pasa cuando hay iniquidad en el pasado de nuestra familia? El Señor le dijo al profeta Jeremías que anunciara juicio de Dios sobre la nación de Judá a causa de la iniquidad generacional que se había acumulado delante de él.


Jeremías 16:10-12

Cuando anuncies a este pueblo todas estas cosas, ellos te preguntarán: "¿Por qué ha decretado el Señor contra nosotros esta calamidad tan grande? ¿Cuál es nuestra iniquidad? ¿Qué pecado hemos cometido contra el Señor nuestro Dios?"

Entonces les responderás: "Esto es porque sus antepasados me abandonaron y se fueron tras otros dioses, y los sirvieron y los adoraron. Pero a mí me abandonaron, y no cumplieron mi ley (...) Pero ustedes se han comportado peor que sus antepasados. Cada uno sigue la terquedad de su corazón malvado, y no me ha obedecido".


También el profeta Isaías predijo el juicio que caería sobre Judá y Jerusalén, a causa de la idolatría de sus padres.


Isaías 65:6-7

Esto está escrito delante de Mí: No guardaré silencio, sino que les daré su pago, y les recompensaré en su seno, por sus iniquidades y por las iniquidades de sus padres también», dice el Señor.

Porque quemaron incienso en los montes, y en las colinas me injuriaron...


Preste atención a la maldición que el Señor pronunció sobre el Rey de Babilonia y su descendencia:

Isaías 14:20-22

No serás contado con ellos en la sepultura; porque tú destruiste tu tierra, mataste a tu pueblo. No será nombrada para siempre la descendencia de los malignos. Preparad sus hijos para el matadero, por la maldad de sus padres; no se levanten, ni posean la tierra, ni llenen de ciudades la faz del mundo.

Porque yo me levantaré contra ellos, dice Jehová de los ejércitos, y raeré de Babilonia el nombre y el remanente, hijo y nieto, dice Jehová.


Cuando nuestros padres no tienen conocimiento de Dios, ellos nos instruyen consciente o inconscientemente para seguir un patrón de conducta equivocado. No sólo cargamos con la iniquidad que ellos cometieron, sino que somos enseñados en iniquidad, y de esa forma perpetuamos las maldiciones en las nuevas generaciones. Este conocimiento es importante porque la mayoría de nosotros provenimos de culturas paganas. Nuestros antepasados adoraban a los demonios en forma de espíritus benefactores, veneraban imágenes de dioses falsos, practicaban distintas formas de ocultismo y hechicerías, e inclusive pactaban con estas deidades a través de ritos y sacrificios de sangre.


¿Existe en su familia un largo historial de violencia, abuso de sustancias, divorcio, infidelidad, abandono, suicidio, avaricia, glotonería, o pecados sexuales? Ciertas conductas o patrones que se repiten una y otra vez a lo largo de los años, que pasan de padres a hijos, o que reaparecen en la familia después de algún tiempo, pueden indicar la presencia y operación de maldiciones generacionales. Por lo general, estas maldiciones se perpetúan en las familias mediante la operación de los espíritus familiares (estos son espíritus inmundos que permanecen en la línea familiar y que pasan de una generación a la siguiente, para garantizar que siempre habrá al menos un heredero, receptor de la maldición).


Sólo algunos ejemplos más comunes de patrones que pueden indicar la presencia de maldiciones generacionales son: enfermedades repetidas, crónicas o hereditarias, un historial de suicidios y muertes no naturales, propensión a sufrir accidentes, hitorial familiar de enfermedades mentales o tendencia al colapso nervioso, problemas femeniles como la esterilidad, el aborto espontáneo, y otros desórdenes reproductivos (cuando no tienen una explicación médica), historial de divorcio, separación y desintegración familiar, problemas económicos persistentes o incapacidad para prosperar económicamente.


Una vez que hemos identificado la presencia de maldiciones generacionales en nuestra familia ¿Qué podemos hacer al respecto? Es importante que entendamos que sólo hay una persona a quien podemos acudir para romper el poder de cualquier maldición, y este es Jesús; fuera de él, ninguna solución será permanente en el tiempo. Si alguien sintiéndose abrumado por las circunstancias decide acudir a un brujo o hechicero para que le ayude, esta persona podrá experimentar un alivio temporal, inclusive puede que haya una cierta negociación con estos espíritus familiares, pero al final quedará igualmente bajo pacto con las tinieblas, y por lo tanto, bajo la ira de Dios por la transgresión que ha cometido. Las Escrituras dicen que sólo Cristo nos redimió de la maldición de la ley, tomando sobre sí mismo la maldición por amor a nosotros (Gálatas 3:13). El sabía que la herencia espiritual que nos tocaba no era buena en absoluto, es por eso que cargó con nuestros pecados, para darnos Su justicia y adoptarnos en una nueva familia: la familia de Dios!


Cuando alguien está en Cristo, a través del pacto en Su sangre, tiene acceso a la genética incorruptible de Dios, y a las bendiciones de Abraham; como dice 2 Corintios 1:20, porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. El momento en que venimos a Cristo, toda maldición del pasado es cancelada! El enemigo ya no tiene legalidad para perpetuar esas maldiciones en las nuevas generaciones después de nosotros. Sin embargo ¿Qué sucede cuando amamos a Cristo, pero aún encontramos que hay síntomas de maldiciones generacionales operando en nuestras vidas?


1. La Palabra de Dios nos enseña que debemos arrepentirnos, confesando nuestros pecados y los pecados de nuestros antepasados.


La Escritura nos enseña que podemos y debemos mostrar arrepentimiento por el pecado de nuestros antepasados. El salmista reza: No recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados (Salmo 79:8). El profeta Daniel ayunó y oró, en cilicio y ceniza, confesando los pecados de sus padres para que Jehová hiciera volver la cautividad de Judá, y el Señor le envió un ángel con una revelación sobre el futuro de su pueblo (cap.9) Usted puede leer todo el Salmo 106, donde el salmista confiesa los pecados de sus antepasados y dice: Pecamos nosotros, como nuestros padres; hicimos iniquidad, hicimos impiedad (...) Sálvanos, Jehová Dios nuestro, y recógenos de entre las naciones...


2. Después de confesar nuestros pecados y los que han manchado la línea familiar, debemos renunciar a las conductas y patrones heredados y trabajar en crear un nuevo cimiento espiritual que sirva de bendición para las nuevas generaciones.


Recuerde que no sólo las maldiciones pueden heredarse, las bendiciones también se heredan y son mucho más prevalentes en el tiempo, tal como lo indican los versículos que citamos en Exodo 20 y 34.

La Escritura nos dice que cuando Dios quiso bendecir a Abraham y a su descendencia, él le ordenó que saliera de su tierra y de su parentela. La razón por la que le dió esta orden, es que los antepasados del patriarca adoraban ídolos en Ur, y no al Dios verdadero, así que Dios quería romper con esa herencia espiritual de maldad para poner un nuevo fundamento, sobre el cual pudieran levantarse las nuevas generaciones.

Al igual que a Abraham, Dios le ha llamado a usted a ser alguien que cambie el curso de su familia, y ponga un nuevo fundamento para las generaciones futuras. Usted jamás podría hacer esto sin Cristo, pero ahora que Cristo canceló el poder de la maldición, usted tiene la capacidad por el Espíritu Santo de cambiar el curso de las cosas. El Señor le anunció al profeta Ezequiel que en el nuevo pacto, los hijos ya no pagarían por los pecados de sus padres. Cualquiera que se aparte del pecado y obedezca mis instrucciones, dice el Señor, no llevará el castigo por la iniquidad de su familia!


3. Un último recurso que podemos necesitar en casos de maldición generacional es la liberación espiritual.


Ya hemos dicho que las maldiciones no son espíritus malignos, pero los espíritus malignos pueden refugiarse en aquellas familias que están bajo juicio de Dios por la transgresión. Hemos hablado de los espíritus familiares, y de cómo ellos ayudan a perpetuar las maldiciones. Es posible que estos espíritus permanezcan ocultos en las personas una vez que el poder legal de la maldición ha sido roto. Para ellos se trata de pasar desapercibidos, y que a nadie se le ocurra identificarlos y echarlos fuera en el nombre de Jesús. Muchas enfermedades crónicas, de carácter hereditario pueden ser causadas por la presencia de espíritus inmundos. Aunque estas personas se sometan a Dios en oración, no serán libres si no se tiene el discernimiento espiritual necesario para identificar y remover el espíritu de enfermedad.


El evangelio de Lucas nos cuenta del encuentro de Jesús con una mujer en la sinagoga. Esta mujer era del pueblo de Israel, una hija de Abraham según la carne, y estaba en el lugar de adoración durante el día de reposo; sin embargo, ella llevaba dieciocho años enferma. La historia cuenta que esta enfermedad era de origen espiritual, causada por la opresión de un espíritu inmundo, y que esta mujer estaba encorvada y no podía enderezarse. Jesús la vio, la llamó y le dijo: «Mujer, has quedado libre de tu enfermedad». Puso las manos sobre ella, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios (Lucas 13:12-13).


¿Cómo supo Jesús que esta enfermedad se debía a la opresión de un espíritu maligno? La Escritura dice que una de las capacidades sobrenaturales dadas por el Espíritu Santo es el discernimiento de espíritus, y Jesús operaba en la totalidad de los dones espirituales. Entonces el oficial de la sinagoga, indignado por la sanidad que Jesús había obrado en el día de reposo, reprendió a la multitud, pero Jesús respondió diciendo: «¡Hipócritas! Cada uno de ustedes trabaja el día de descanso. ¿Acaso no desatan su buey o su burro y lo sacan del establo el día de descanso y lo llevan a tomar agua? Esta apreciada mujer, una hija de Abraham, estuvo esclavizada por Satanás durante dieciocho años. ¿No es justo que sea liberada, aún en el día de descanso?».


Estimado oyente/ lector, creo que Dios le ha traído a este estudio para ayudarle a ser libre de toda maldición generacional. Hoy él le ha dado el poder para romper con aquellos patrones de conducta que han estado por años en su familia, y que usted aún no había podido vencer. Haga un inventario de todos aquellos pecados que usted conozca que han formado parte de su línea familiar, e inclúyalos en una oración de arrepentimiento y renunciación. Pídale al Espíritu Santo que le dé discernimiento espiritual para llegar al fondo de cualquier asunto desconocido o difícil de abordar.


Reciba la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien cargó con toda maldición que pudiera afectarle para darle una nueva identidad genética en el Espíritu. En este nuevo año, propóngase predicar con el ejemplo, y dar los pasos prácticos necesarios para construir un cimiento firme que las nuevas generaciones puedan seguir después de usted. Tome el Salmo 78:8 como una meta personal que le ayude a visualizar la transformación que Dios quiere obrar a favor suyo y de su familia.


Salmo 78:8 (RVR 95)

No sean como sus padres, generación terca y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni cuyo espíritu fue fiel para con Dios.

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