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Levítico 12: Corrupción en la Casa

Actualizado: 19 ago 2020

¿Sabías que hace por lo menos unos 3500 años, Moisés puso en práctica el primer código sanitario del cual se tenga conocimiento en la historia del mundo? Tal y como leemos en los libros de Levítico, Números, y Deuteronomio, el Señor dio instrucciones específicas a su pueblo a fin de que pudieran vivir bajo normas elementales de higiene, incluyendo el uso de cuarentenas para las enfermedades contagiosas, y de diferentes métodos de purificación por fuego y lavamientos.


Lo que hoy resulta tan evidente, como por ejemplo la existencia de gérmenes infecciosos microscópicos, ni siquiera rondaba la mente de los médicos cirujanos hasta mediados del siglo XIX, cuando por primera vez el doctor húngaro Ignaz Semmelweis (1818-1865) se preguntó por qué tantas mujeres jóvenes y saludables se enfermaban y morían después del parto, a pesar de ser atendidas en sus labores por los mejores médicos y estudiantes de Medicina del hospital de Viena.


Cuenta la historia que Ignaz se dio cuenta de que los mismos doctores que atendían los partos, se ocupaban también de realizar las autopsias a los fallecidos; así que pensó que podía haber una relación entre ambas actividades. De esa forma, y aún sin entender la naturaleza de las infecciones por gérmenes, introdujo la primera solución desinfectante e hizo que, por primera vez, los cirujanos consideraran el lavarse las manos con ella antes y después de atender a sus pacientes. Tristemente, nuestro valiente doctor fue fuertemente criticado y desmoralizado por sus ideas, hasta el punto en que perdió su empleo y terminó internado en un sanatorio psiquiátrico.



No fue hasta finales del siglo XIX, y principios del XX, que científicos como el francés Louis Pasteur lograron demostrar la existencia de microorganismos y gérmenes causantes de enfermedades, lo que justificaría el uso común de medidas higiénicas básicas como el lavado de manos.


Por más increíble que parezca, lo cierto es que la Ley Mosaica ya establecía estrictas normas de higiene en relación al manejo de todos los flujos corporales, como la sangre o el semen. Por regla general, toda persona que entrara en contacto con estos flujos era considerada impura por un determinado período de tiempo, durante el cual sólo podía tener un contacto social muy limitado, o ningún contacto social, pues esta condición de impureza se consideraba transmisible, es decir, toda persona que entraba en contacto cercano con la primera, se hacía impura también. En el estudio anterior, dijimos que esta condición de impureza no estaba relacionada con el pecado, ni con la culpa, sino que más bien puede verse como una consideración de carácter higiénico o sanitario.


El capítulo 12 de Levítico describe el tiempo prescrito para que una mujer se purificara después del parto. La madre era considerada impura durante 7 días si había tenido un varón, o dos semanas en el caso de una niña. Luego entraba en un proceso de purificación de 33 a 66 días adicionales, durante los cuales no se le permitía tocar cosas santas o entrar en el Santuario. Al término de estos días, ella debía presentarse al sacerdote a la puerta del Tabernáculo, trayendo consigo la ofrenda animal estipulada por la Ley.


No es posible explicar el porqué existía una diferencia tan grande en la duración de los períodos de impureza y purificación, pues la madre de una niña cumplía un total de 80 días, mientras que la madre de un varón cumplía un total de 40 días. Aunque no existe consenso en esto, es posible que guardara alguna relación con la circuncisión de los bebés varones, la cual tenía lugar siempre al octavo día; siendo que las niñas no pasaban por un proceso similar. También es probable que exista alguna razón fisiológica que hasta el momento desconocemos.


Es importante notar que la ofrenda era la misma para una niña que para un varón. El cordero de un año era ofrecido como holocausto en gratitud al Señor por la vida del bebé, y la tórtola o palomino servía como expiación, quizá debido a que el bebé ya había nacido con una naturaleza pecaminosa. (Nota: Para comprender el significado de estos sacrificios en la Ley Mosaica, puede referirse a los primeros estudios de nuestra serie del Libro de Levítico.) Cuando la familia era pobre y no podía comprar el cordero para el holocausto, se le permitía ofrecer dos tórtolas o pichones de paloma, con lo que ella quedaba ceremonialmente pura de su flujo. Leamos Levítico 12: 6-8:


Cuando los días de su purificación fueren cumplidos, por hijo o por hija, traerá un cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del tabernáculo de reunión, al sacerdote; y él los ofrecerá delante de Jehová, y hará expiación por ella, y será limpia del flujo de su sangre. Esta es la ley para la que diere a luz hijo o hija.


Y si no tiene lo suficiente para un cordero, tomará entonces dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación; y el sacerdote hará expiación por ella, y será limpia.


Sé que a estas alturas estarás pensando: ¿Por qué hablar de esto? Después de todo, ya no necesitamos guardar estas leyes en la actualidad. Tenemos conocimientos científicos y médicos muy superiores que nos permiten comprender mejor qué procesos tienen lugar antes, durante, y después del nacimiento. Pues bien, pienso que el conocer estas costumbres y leyes nos ayuda a poner en contexto el resto de las Escrituras! Por ejemplo, ¿Cumplieron José y María, los padres terrenales de Jesús, con estas normas? El evangelio dice:


Lucas 2:22-24

Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.


Pienso que estamos listos para captar el mensaje que Lucas nos está dejando notar. Según lo que hemos leído ¿Ofrecieron ellos el cordero de un año? No. Ellos ofrecieron sólo dos tórtolas, pues no tenían lo suficiente, a pesar de que ambos eran del linaje real de David. Ellos entregaron una ofrenda de pobres. Pienso que muchos llamados pastores hoy en día no querrían recibirlos como miembros de sus congregaciones, y otros muchos los tratarían con indiferencia y los harían a un lado. Definitivamente, ellos no entrarían a formar parte de la directiva de ciertas iglesias, ni serían invitados de honor a los banquetes de ciertos ministerios! Aún así, Dios los aceptó como siervos obedientes y fieles, escogiéndolos para llevar la gran responsabilidad de educar y cuidar de su Hijo.


Siempre decimos que Jesús nació en un pesebre humilde, pero la verdad es que él no sólo nació humildemente, él también vivió humildemente. Es más, durante su vida y ministerio, él demostró un total desprecio y falta de apego por todo lo que el sistema de este mundo podía ofrecerle. Es posible que recuerdes el pasaje de la tentación en los evangelios sinópticos:


Mateo 4:8-10

Otra vez el diablo le llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrándote me adoras. 

Entonces Jesús le dijo: ¡Vete, Satanás! Porque escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él servirás».


Es un pasaje conocido. Sabemos que Jesús rechazó la oferta de Satanás porque de ninguna manera se habría postrado para adorarlo, pero quizá pensamos que su respuesta habría sido otra si el Diablo no hubiera sido tan pretencioso para pedirle que se arrodillara ante él. Pienso que hay algo más que deberíamos notar aquí: ¿Cómo podría Satanás ofrecerle a Jesús los reinos de este mundo y la gloria de ellos, si estos no le hubiesen pertenecido en primer lugar? Satanás ofreció algo que le pertenecía, y Jesús así lo entendió.


¿Quién es el príncipe de este mundo, según las propias palabras de Jesús? Para comenzar, él mismo dijo que su reino no era de este mundo (Juan 18:36).


Juan 12:31

Ya está aquí el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.


Juan 14:29-30

Y os lo he dicho ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, creáis. No hablaré mucho más con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo, y él no tiene nada en mí...


Juan 16:8-11

Y cuando Él (el Consolador) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado.


Repitamos la pregunta. ¿Quién es el príncipe de este mundo, el cual no tiene nada en Cristo, y que ya ha sido juzgado?


Efesios 2:1-2

En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas (el príncipe de la potestad del aire), según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia.


1 Juan 5:19

Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está bajo el poder del maligno.


Le daré una buena razón para creer en la guerra espiritual; usted está viviendo todos los días en terreno enemigo! Pero bien, este no es el tema de nuestro estudio, lo que quiero dar a entender es que el actual sistema de cosas en el que vivimos no viene de Dios, no opera de acuerdo con su voluntad, ni le honra a El. Si usted está demasiado apegado a este sistema, con todo lo que puede ofrecerle, debería preocuparse por saber si usted realmente pertenece a Cristo! Tenga en cuenta que todo lo que hemos estado experimentando en el mundo últimamente es una clara señal de que este sistema está caducando y pronto desaparecerá. Se acerca el momento en el que habrá un traspaso doloroso, como dice Apocalipsis 11:15, los reinos de este mundo vendrán a ser de nuestro Señor, y de su Cristo. Y él reinará por los siglos de los siglos.


Necesitamos poner nuestro mensaje en perspectiva! En los últimos tiempos, especialmente en los Estados Unidos, muchos se han identificado con un evangelio económico, motivacional y humanista que no guarda ninguna relación con el mensaje de las Sagradas Escrituras. Usted no podrá reconciliar ese evangelio de prosperidad y recompensa material con la manera acelerada en que toda seguridad y todo fundamento humano han comenzado a desmoronarse. Muchos renunciaron a la humildad y la modestia que caracterizaba a la fe, para centrarse en las relaciones, el mercadeo y la influencia, pero ellos no han recibido esa influencia de Dios, sino que han hecho pacto con el sistema de este mundo. Ellos amam el sistema de este mundo, al cual Dios aborrece. El apóstol Juan nos advierte acerca del peligro de pactar con el sistema:


1 Juan 2:15-17 (NBV)

No amen al mundo ni lo que hay en él. El que ama al mundo no ama al Padre, porque nada de lo que hay en el mundo —las pasiones sexuales, el deseo de poseer todo lo que agrada y el orgullo de poseer riquezas— proviene del Padre sino del mundo. Y el mundo se está acabando y con él todos sus malos deseos. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.


¿Sabías que aún en tiempos de Jesús había gran corrupción alrededor del culto en el Templo de Jerusalén? Se dice que el atrio exterior, o patio de los gentiles, estaba lleno de comercios y puestos donde los visitantes podían obtener aquellos animales y monedas requeridos para el pago de las ofrendas e impuestos; sin embargo, las ventas no eran transparentes.


Las autoridades religiosas, y en especial el Sumo Sacerdote, decretaron convenientemente que todo impuesto debía pagarse únicamente con la moneda del Templo, así que los comercientes sacaban partido de las altas tasas de cambio y entregaban gran parte de sus ganancias a las autoridades religiosas. Aún muchos sacerdotes corruptos, exigían que los animales para el sacrificio fueran adquiridos a precios abusivos en este mercado negro, alegando que los animales del pueblo no eran lo suficientemente buenos para ser ofrecidos al Señor.


Recordemos a Jesús entrando en el Templo, látigo en mano. Sus palabras hacían eco de las dichas por el profeta Jeremías, quien anunciaba la inminente destrucción del Templo judío a manos de los feroces babilonios: ¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que también yo lo veo, dice Jehová (Jeremías 7:11).


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