Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez sino de poder, amor y autodisciplina.
2 Timoteo 1:7
El miedo es una sensación angustiosa provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. Aunque los expertos hablan de una emoción negativa o desagradable, el miedo cumple una función importante como mecanismo de defensa y para la supervivencia dentro del reino animal.
Fisiológicamente hablando, el miedo provoca la liberación de sustancias químicas que ponen a nuestros cuerpos en estado de alerta y nos permiten reaccionar rápidamente ante una amenaza, ya sea enfrentándonos al peligro, o alejándonos de él, según sea el caso. Desde este punto de vista, el miedo es funcional o útil; pero también existe una tercera forma de reaccionar ante el miedo, y es la de quedarnos paralizados o congelados. En la mayoría de los casos se puede decir que este es un miedo disfuncional, es decir, improductivo, que hace más mal que bien.

En un sentido práctico y espiritual también podemos encontrar estas tres reacciones. Escapamos de situaciones estresantes y de todo lo que nos hagan sentir amenazados o inseguros de nosotros mismos. Desgraciadamente, algunos padres huyen de sus hijos, y los hijos de sus padres, algunos esposos y esposas evaden ciertas conversaciones, unos huyen de sus responsabilidades y otros de la verdad, algunos escapan de la realidad mediante el uso de substancias químicas o la práctica de comportamientos destructivos. También existen quienes recurren a la violencia o al abuso como una forma de reaccionar a situaciones estresantes sufridas durante la niñez, o como un medio para expresar un sentimiento oculto de inseguridad. Por último, muchos sufrimos de miedos paralizantes que no nos permiten enfrentar emocionalmente situaciones difíciles como la pérdida de un ser querido, una separación dolorosa, un diagnóstico médico, o una crisis familiar.
La segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo, quien era ministro del Evangelio en Éfeso, se escribió en condiciones muy hostiles para el cristianismo. Pablo se encontraba preso por segunda vez, en esta ocasión bajo el reinado del temible Nerón. A diferencia de la primera vez, cuando se le permitió permanecer en una casa rentada, en esta ocasión el Apóstol languidecía encadenado en una oscura celda, de donde saldría únicamente para enfrentar el martirio.
No es difícil comprender el propósito de esta carta. Por una parte Pablo estaba solo y anhelaba ver a Timoteo una última vez; había sido abandonado por todos sus colaboradores quienes se alejaron debido al peligro de persecución. Además, las iglesias cristianas sufrían constantes amenazas, y sus líderes corrían gran riesgo de ser aprisionados y muertos a manos del imperio. Entendiendo que esta vez no sería puesto en libertad, Pablo le pasa la antorcha a Timoteo, exhortándolo a permanecer firme y perseverar en la fe y en la obra del Evangelio, incluso si el hacer esto implicaba el llegar a sufrir por Cristo:
Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios...
2 Timoteo 1:8
No en vano Timoteo podría sentirse intimidado por las circunstancias que estaba viviendo, ya que su vida corría peligro, y también la de sus hermanos en Cristo. Por si esto fuera poco, ya por ese tiempo se habían levantado falsos maestros que se esforzaban por confundir a los creyentes con doctrinas equivocadas; por otra parte el liderazgo de Timoteo no era igualmente recibido y aceptado por todos en la iglesia de Éfeso.
Bajo estas condiciones el mensaje de 2 Timoteo 1:7 cobra un profundo significado: “Hijo mío, sé que es intimidante, peligroso, arriesgado y sumamente difícil continuar haciendo la obra que te ha sido encomendada, hasta el punto en que pudiera costarte todo lo que tienes e inclusive la propia vida, pero no permitas que el miedo te detenga, recuerda que Dios no te ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder…” (Parafraseando) WOW! No era un juego de niños pequeños, era una tarea para gente investida de la alto con poder, amor, y dominio propio!
La palabra temor, que también se traduce como cobardía o timidez, es deilia en Griego, y denota la actitud proveniente de un carácter débil y egoísta. Sin duda, Timoteo había sentido temor, y también Pablo, pero ellos fueron fortalecidos y capacitados sobrenaturalmente por medio del Espíritu Santo para continuar haciendo la obra de Dios y predicando el Evangelio en un contexto sumamente peligroso. Por la gracia de Dios ellos no escaparon, ni tampoco respondieron con violencia, ni quedaron paralizados, sino que pudieron perseverar hasta el final y ser fieles en el ministerio. De la misma manera, tú y yo hemos recibido el Espíritu Santo (y no un espíritu de temor) a fin de poder perseverar y vencer cualesquiera que sean las circunstancias; y si eso no es poder, entonces no sé qué más puede ser!
Si eres un cristiano nacido de nuevo y bautizado con el mismo Espíritu Santo que Pablo y Timoteo, ten en cuenta que él te ha capacitado sobrenaturalmente para vencer todo temor.
Comments